Viajar es ganarle un palmo a la muerte

En un viaje el tiempo se alarga, se dobla, se modifica. Aquí, un paseo por las huellas que los viajes me dejaron. Señales del tiempo, del crecimiento, de la propia evolución...o no.

9.9.06

Viaje hacia la médula

(Relato por entregas)

El tren de Madrid a París estaba repleto y olía a rancio. Cinco días después de festejar la llegada de 1992, todos los parisinos que habían viajado a España regresaban a su ciudad, pasados de vino, sudor y cerveza.
Irene –mi mejor amiga- y yo intentábamos acomodarnos en nuestro compartimento, pero no era tarea fácil. Un joven con cara de árabe ocupaba gran parte del pequeño espacio con bolsas de todo tipo. Muy serio, no daba lugar a pedirle que se corra, así que nos apretujamos como pudimos y partimos.

En mi cabeza, París era como llegar a la médula de Europa. El viaje, una especie de 1789 personal en el que nada importaban las 22 horas de tren.
Al rato, ya sin pudor, le pregunté a nuestro compañero de viaje porqué llevaba todo su equipaje disperso en tantas bolsas y en perfecto español me dijo:
-“Soy marroquí. Y en la frontera los tontos del culo me revisan todo. No importa que yo sea hijo de un diplomático, ni que haga este viaje varias veces al año, ni que sea esquiador profesional, ni que en mi vida haya probado una droga. Cada vez que cruzo la frontera soy sospechoso. Como nunca me encuentran nada, no les queda más remedio que dejarme pasar. Pero estoy tan agobiado que a propósito pongo todo en bolsas distintas y les tengo horas revisando, para que queden igual de agobiados que yo”-.
Nos pareció una extraña manera de resistir, pero le perdonamos la invasión de las bolsas, como muestra de solidaridad.

Nuestro viaje no contaba con ninguna certeza. No había reservas de hotel, ni itinerario, ni guía turística. Sólo sabíamos que nuestro primer destino era París. Llevábamos poco, apenas dos bolsos con algo de ropa, un boleto de Eurailpass, un mapa de la ciudad y un teléfono: el de Antoine Cuche.